VEA LAS MARAVILLAS DEL MUNDO MODERNO

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13 feb 2011

Arte para lo político o cambia el canal a las caricaturas

Con respecto al ensayo "Arte para lo político" de Mieke Bal, comienza declarando que todo arte participa de lo político, lo que suena muy bien a priori, si recordamos que todo evento, hecho y fenómeno que pase por el filtro de la interpretación humana adquiere inmediatamente valores implícitos en la realidad del sujeto en cuestión; es decir, no sólo todo arte participa de lo político, sino cada oración y cada párrafo, todo recuerdo y cada idea que logramos concretar en nuestra cabeza, todo evento que sostenga una congruencia estable participa de lo político. Con esto quiero decir que para que algo pueda ser interpretado como un juicio o una postura ideológica deber estar compuesto de una premisa concreta como mínimo, cada coma y cada silencio escrito en un pentagrama no significan ni postulan una posición particular hasta que se ven integrados como una parte de una estructura que sugiere un significado específico.

Bien, ahora que estamos de acuerdo con la autora en su proposición básica, conviene tal vez preguntarnos ¿todo arte debería aceptar y convivir con su fracción política? Sabemos entonces que el arte en su estado físico no conlleva ningún matiz político, así como una roca por sí misma no conlleva la historia de la litología; las relaciones de significado que otorgamos a las piezas de arte son una proyección de nuestro conocimiento a partir de la catalizadora presencia del objeto, que puede servirse de referencias que a manera de siluetas nos dirigen a lo que el autor considera puede ser el mensaje pertinente. El arte entonces está fuera del objeto; el arte surge y se encuentra en las zonas de significación neuronales, en memorias colectivas, en el argot de las convenciones que nos permiten comunicarnos. A esto, considero que Mieke Bal hubiera logrado mayor contundencia al empezar su ensayo hablando sobre la verdad irrefutable que sostiene la madre de su premisa "todo hombre participa de lo político".
Pudiéramos argumentar entonces que el mensaje objetivo, "de lo que habla" una pieza, representa también de manera paralela una postura del tipo político y el hombre al hacerla consciente y traerla al caso lo convierte en materia para una postura política. La disociación y asociación de los matices que se puedan diseccionar de una obra de arte dependen siempre de la perspectiva del espectador: Bien puedo revisar mis sandalias de baño y preguntarme qué evento político encuentro y basándome en la definición de Chantal Mouffe, puedo reflexionar sobre la relación entre ajenación, producción en masa e intimidad; sin embargo todavía no encuentro la razón esencial para evocar lo político de los objetos como una Epifanía de significación, y probablemente no era lo que M. Bal quería demostrarnos al citar la obra de Doris Salcedo y demostrarnos que entre el arte y lo político no existen tensiones categóricas. Dado que según la autora y la concepción performativa del arte, el arte participa en lo político no sólo representándolo: en lugar de simplemente criticar, interviene; lo que nos revela una postura a la que Mieke Bal apuesta, encasilla la representación casi como materia estéril a menos que trabaje para descodificar en una especie de sobrecarga irónica de la representación (y sin embargo contenedora de lo político, para que venga al caso), en contraste con la maravillosa cualidad interventora del arte en asuntos políticos, es decir cuando el arte tiene una función activa en el mensaje, al relacionarse con el espectador.

Surge entonces la pregunta ¿La cualidad interventora del arte puede confundirse con activismo? Considero esta diferencia categórica peligrosa y delicada; y a fin de cuentas ¿se trata solamente de una diferencia categórica? Cuando planteamos que el arte busca ser activo e incisivo en la distribución de su contenido, es decir, que el objetivo de la obra no es sólo catalizar ideas o relaciones sino insertarlas como "verdaderas" o pero aún "positivas" dentro de un marco de valores específicos de una sociedad; entonces estamos hablando de un arte que engaña, que no permite que el espectador sea el que piense sino que manifiesta un contenido concreto, moralizante e inamovible como única posibilidad de interpretación; en resumen se convierte en propaganda, activismo y proselitismo. En este punto sugiero que, a diferencia de las definiciones banales que declaran que el arte no tiene ni debería aspirar una utilidad práctica, el arte efectivamente cumple necesidades que cada día se extienden en diferentes direcciones para llenar los huecos que la cultura y sociedad abren con su continuo cambio, pero sostengo que el arte de ninguna manera puede aspirar por ser un pretexto práctico, concreto de inserción de mensaje o de acción específicos que tenga como objetivo la manipulación y/o modificación del pensamiento o realidad a partir un postulado que restrinja e invalide otras posibilidades de pensamiento. No proclamo limitar al arte o ejercer una definición castrante, sino hacer ver una diferencia de nomenclatura entre arte y activismo, para separar así al arte de las prácticas que pretenden ejercer e insertar casi de manera forzosa una perspectiva, en vez de proponer e invitar a la libre reflexión.

Volvernos conscientes de la carga de significado que otorgamos, a veces gratuitamente, a veces no, en las obras de arte es sin duda fundamental para la sana construcción y la asimilación de la producción artística. El contexto de lo político en la construcción de discurso puede resultar beneficioso dentro de los esquemas de justificación e incluso de utilidad de la obra, no quedamos inadvertidos por Mieke Bal de las responsabilidades que conlleva la cita y la interpretación, de las cualidades de la representación y de la ausencia de la misma; "el hombre es una animal político", su arte también.

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